ARTURO CERDÁ y RICO

 

 

  

Antes de trazar un escueto perfil biográfico, hemos de decir que fue, sin ambages, el mejor de los fotógrafos del bloque de aficionados, adjetivo que ciertamente podría ampliarse a escala nacional. Operó sobre él un cierto determinismo geográfico, pues el haber vivido en Cabra del Santo Cristo -un pueblo en las antípodas de los centros neurálgicos culturales- condicionó tanto su obra que de haber trabajado en otras ciudades con más proyección socio cultural, su producción fotográfica habría despuntado al máximo nivel.

Era un excepcional fotógrafo naturalista y documentalista inmerso en el movimiento artístico conocido como pictorialismo. Cualquier placa suya, una escena de siega, una comida familiar en una cocina cortijera o una partida de cartas entre ancianos jugada en una taberna, por ejemplo, tienen una composición nimbada de poesía visual, ya que los personajes no están colocados al azar, sino hábilmente dispuestos por el fotógrafo, como si de un director de fotografía de una película se tratase. Ésos son los rasgos que definen el ismo del impresionismo pictórico. En este trabajo incluimos un buen número de fotografías de este tipo -inéditas la mayoría cuya autoría corresponde a Arturo Cerdá, cuya singularidad de su creación fotográfica bien debería ser merecedora de una monografía.

Arturo Cerdá y Rico nació el 8 de noviembre de 1843 en Monóvar (Alicante), en el seno de una acomodada familia, lo que le permitió estudiar hasta conseguir el grado de bachiller en El Escorial. Cursó la carrera de medicina en Madrid, alternando sus horas de libros y bisturí en las aulas del hospital de San Carlos -hoy Centro Nacional de Arte Reina Sofía- con las de papel, cartulina, lápiz y pincel en el cercano Museo del Prado, pues la pintura y la medicina fueron las dos pasiones que condicionaron su existencia, siendo la práctica fotográfica para él una mera variante pictórica.

 

Obtuvo el título de licenciado en medicina en 1868, desempeñando durante dos años el puesto de médico titular en el pueblo de Cox (Alicante). En 1871 llegó por una corta temporada en principio a Cabra del Santo Cristo, y allí fijó su residen­cia definitiva los 59 años que le restaban de vida. El motivo de su visita a este pueblo serrano fue el atender a un hermano suyo que se hallaba gravemente enfermo y que de forma habitual desarrollaba negocios industriales en la provincia. Después solicitó y obtuvo la plaza de médico titular en la apacible localidad jiennense, en la que sirvió abnegadamente hasta su jubilación en 1902. Si antes de tal fecha era un fiel y asiduo practicante de la fotografía y la pintura, a partir de la jubilación vivió para su familia y para practicar con fe de creyente-según decía de él Alfredo Cazabán- y con fanatismo de idólatra esas dos pasiones vitales.

Viajó mucho por toda España y llegó a visitar varios países europeos, ateso­rando miles de placas con sus experiencias viajeras, aunque quizá la colección que más impactó por entonces fue la que realizase tras un -luminoso y numinoso para él viaje a Marruecos, que llegó a merecer varios e importantes premios.

Arturo Cerdá practicaba asiduamente la fotografía verascópica, contándose por miles de cristales el contenido de sus archivos. Con tal tipo de fotografía partici­pó en la Exposición Nacional de Fotografía de 1905 en Valencia, en la cual obtuvo el Gran Diploma de Honor, el mismo que logró en la celebrada un lustro después en Londres, por citar sólo algún ejemplo de entre los muchos galardones que recibió, generalmente, como hemos apuntado, por sus colecciones verascópicas.

El que fuera cronista de Úbeda, Manuel Muro García, escribía lo siguiente en el fascículo de Don Lope de Sosa correspondiente al mes de marzo de 1914 acerca de una visita que realizó al domicilio del médico:

En esta casa que es un Museo de Arte y un archivo de amabilidad y cortesía, he pasado dos días deliciosos, encantado con la contemplación de tanta preciosidad fotográfica... D. Arturo Cerdá y Rico, notabilísimo médico e intelectual de buena y sabrosa enjundia, vive retirado en aquel pueblo sano y alegre, consagrando sus amores a la fotografía artística, en lo que los mejores amateurs españoles podrán igualarle, pero superarlo, no.

La delicadez espiritual de Cerdá y Rico para percibir la belleza y el acierto y la originalidad artística para copiarla, hacen de un archivo fotográfico un tesoro. Primores inmensos se encierran en él y pasando la vista por sus colecciones de placas, las realidades de la naturaleza, sorprendidas por una observación genial, van arrancándonos palabras de admiración que llegan, en sus gradaciones, hasta la intensidad estética de lo sublime...

Cazabán también decía de él que albergar en su casa a los amigos que a ella fueran -como en un peregrinaje- era su mayor deleite y más lo era el revolver en sus archivos entre millares de placas verascópicas para enseñarles algunas concretas. De esta hospitalidad demostrada por Arturo Cerdá ha quedado prueba en forma de fotografías estereoscópicas -no podía ser menos- tomadas por él mismo con ayuda de cámaras provistas de dispositivo automático, mostrándonos una casa con las paredes tachonadas de fotografías enmarcadas y un grupo de amigos jiennenses, que serán los integrantes del reducido grupo de fotógrafos aficionados -Manuel Alcázar, Eduardo Arroyo y Ramón Espantaleón- contemplando con visores especiales las fotografías verascópicas.

La cortesía y generosidad desplegada por Cerdá y Rico nos ha servido especialmente a nosotros para elaborar este trabajo, pues todas las fotografías verascópicas que reproducimos fueron hechas por él, ya que solía corresponder a cualquier genti­leza obsequiando a los amigos enviándoles varias docenas de placas estereoscópicas como regalo, muchas de las cuales continúan en Jaén y hemos conseguido acceder a ellas para su copiado.

Arturo Cerdá falleció en Cabra del Santo Cristo a finales de febrero de 1921, cuando contaba con 77 años. Su inmenso archivo fue repartido entre su numerosa prole, estando muchas placas en la actualidad fuera de la provincia, esperando que en un futuro las instituciones públicas logren hacerse con ellas para acrecentar los fon­dos documentales fotográficos de la provincia. La totalidad de su obra reproducida está comprendida entre los años de 1900 y 1909.

Cerdá y Rico. Serranos cazorleños reponiendo fuerzas.

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