Cuadro de texto:                                 RESEÑA DE LA OBRA DEL TIEMPO DETENIDO: UNA APORTACIÓN A LA HISTORIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA JIENNENSE A TRAVÉS DE LA FOTOGRAFÍA ETNOGRÁFICA

 

                                                                                              Emilio Luis Lara López

 

 

 

 

 

                        A la terna de autores Julio A. Cerdá Pugnaire, Isidoro Lara Martín-Portugués y Manuel Urbano Pérez Ortega, se debe la obra Del tiempo detenido. Fotografía etnográfica giennense del Dr. Cerdá y Rico. Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 2001, 481 páginas, si bien no es la primera inmersión de esta tríada de investigadores en las aguas no siempre calmas de la historia de la fotografía[1], pues no es infrecuente que apresurados estudiosos, desprovistos de cualquier utillaje metodológico y conceptual, se lancen a la aventura –con resultados a menudo desastrosos o cuanto menos insatisfactorios- de elaborar discursos fotohistóricos[2], y no digamos si lo que pretenden es historiar utilizando como fuente del conocimiento fotografías, consideradas éstas documentos históricos al mismo nivel que, verbigracia, los documentos textuales[3].

 

                        Afortunadamente para la historiografía contemporaneísta jiennense, Del tiempo detenido, supone un excelente libro polisémico, al condensarse en él una gavilla de utilidades: como recreación biográfica del fotógrafo amateur Arturo Cerdá y Rico y plasmación de parte de su obra gráfica, como estudio valorativo de la modalidad fotográfica del pictorialismo a la que muy especial aunque no únicamente estuvo acogido Cerdá y Rico, como recreación visual de los modos de vida de la localidad jaenera de Cabra del Santo Cristo, como confrontación –dentro del área de la historia de las mentalidades- del modus vivendi de la burguesía y clases populares, etc. A todo esto, hay que añadir el placer estético –pues la fotografía, amén de documento histórico/etnográfico, es arte- de contemplar una ingente colección de placas fotográficas –fechables entre fines del s. XIX y dos primeros decenios del s. XX-, reproducidas admirablemente.

 

                        En el panorama de la historiografía fotográfica española, las biografías de grandes operadores han empezado a florecer en la década de los noventa del pasado siglo, si bien los fotógrafos adscritos al movimiento pictorialista[4] no han estado lo suficientemente valorados por los historiadores, iniciándose una lenta pero paulatina recuperación de estos artistas y de su obra. Por ello, Del tiempo detenido supone una apuesta decidida y avant la lettre de la producción fotográfica pictorialista de Arturo Cerdá, lo cual implica un espaldarazo a su obra gráfica, que trasciende las fronteras locales y provinciales para aterrizar en el campo de la historia de la fotografía española con todo merecimiento.

 

                        En efecto, el nombre de Cerdá ha quedado vinculado a la población cabrileña en particular y jiennense en general, siendo el principal mérito de los autores rescatar de las alacenas del olvido la enorme –en cantidad y calidad- producción fotográfica, adicionando su figura a otras bien estudiadas a nivel nacional por haber desplegado su vida en ciudades y provincias de más relieve que la tierra jaenesa. Y es que sorprende que en un enclave como Cabra del Santo Cristo, alejado de cualquier centro neurálgico por las desastrosas comunicaciones, se tomasen centenares de instantáneas –quizá más de dos millares-, con la virtud de que éstas, que registran visualmente múltiples aspectos locales, universalizan la pequeña población, pues la genialidad artística y documental de Cerdá y Rico eleva todo lo relacionado con Cabra del Santo Cristo al mismo nivel que aquello que sucedía en cualquier población, ya se viviese en un ambiente cosmopolita o de atonía vital.

 

                        Tras un preceptivo exordio en el que se hace un planteamiento general de los propósitos, el libro comienza con un necesario perfil biográfico de Cerdá y Rico, interrelacionándose en su vida la profesión médica con la vocación fotográfica, pues la mayoría de los amateurs españoles pertenecieron a capas sociales burguesas, debido al elevado coste que implicaba hacerse con el equipo pertinente de fotografía, incluyendo cámaras y material de revelado. Lo que realmente sorprende es que la pasión fotográfica del doctor Arturo Cerdá apenas tuviese eco en la localidad de Cabra del Santo Cristo en la cual se afincó tras casarse, conociendo sólo su impresionante producción gráfica un puñado de operadores jiennenses y algunas revistas de carácter nacional e incluso internacional, que publicaron varias fotografías suyas. El propio Cerdá se dolerá de la incomprensión de su actividad fotográfica entre sus conciudadanos, confesándole con un deje de amargura a un grupo de fotógrafos amateurs de la capital y al cronista de Jaén, Alfredo Cazabán, esta sensación (pág. 18):

 

                                   “¿Quiere Vd. Creer que no he tenido en los veinte años de afición un solo convecino que, entusiasmado por lo que ustedes han visto [se refiere a su inmenso y espectacular archivo de placas fotográficas], me imitase sirviéndome de compañero? Esta soledad es fría, desesperante; ustedes son un oasis en medio del desierto de mi afición...”.

 

                        Tras la muerte de Cerdá y Rico, acaecida en 1921, su legado fotográfico será conservado por sus descendientes, los cuales, sabedores de ser depositarios de una magna obra, conservaron su archivo compuesto por miles de placas positivadas en cristal. Este libro ha venido a restituir el nombre y la fotografía de Arturo Cerdá donde le corresponde, que no es sino compartir un espacio con lo más granado de los operadores fotográficos españoles, pues las instantáneas –tanto pictorialistas como documentalistas- de este galeno pueden codearse con las mejores del panorama de la historia de la fotografía hispana.

 

                        Tras el boceto biográfico, muy apropiado para situar la obra de Cerdá en sus justas coordenadas, el libro se ha estructurado en tres luengos capítulos, titulados genéricamente El testimonio fotográfico, denominándose, respectivamente, Un paisaje habitado, Los días y Los trabajos –en homenaje a Hesíodo- los capítulos I, II y III. Asimismo, cada capítulo se subdivide en una serie de apartados que tratan específicamente una temática fotográfica, estando muy compenetrado el texto y las fotografías incluidas en cada apartado capitular. El texto, adensado y acribioso, además de hacer gala de una prosa envidiable y de un ritmo narrativo producto de una técnica muy depurada, constituye un discurso histórico muy bien trabado al beber de numerosas fuentes documentales y bibliográficas, y al contextualizar la sociedad jiennense en el marco de la española, pues las placas de Cerdá y Rico, en gran medida, son exponentes del pensamiento regeneracionista surgido tras el Desastres del 98, y que pretendía diagnosticar los males de la nación –España como problema- a fin de curarlos con el adecuado tratamiento.

 

                        Por todo ello, el texto de los capítulos no actúa como comparsa de los testimonios gráficos –a modo de largos pies de foto-, ni éstos son un acompañamiento para aligerar la -en ocasiones- aridez del discurso académico como es frecuente encontrarse en publicaciones científicas, sino que el texto conjuga a la perfección el discurso histórico con el etnográfico, reinterpretando, a la luz de los documentos fotográficos, el poliedro de la sociedad de Cabra del Santo Cristo y en la provincia de Jaén, enmarcando ambos planos en la España del reinado del Alfonso XIII. La virtualidad del texto, en suma, estriba en condensar varios elementos: arranca del concepto de microhistoria y de micronarración, acogiéndose al giro antropológico[5] postulado -desde la década de 1990- en la forma de historiar, presentando los acontecimientos relevantes y los sucesos cotidianos jiennenses de finales del XIX y dos primeros ventenios del XIX, desde un enfoque humanístico[6]. Por lo que a la postre, se establece una firme alianza entre lo textual y lo visual, radicando ahí la columna vertebral Del tiempo detenido.

 

                        El discurso histórico actúa como un rayo de luz que, tras atravesar un prisma, se descompone en bandas de colores, pues las fotografías permiten tocar aspectos de la historia ecológica[7] en Las tierras, o de urbanismo y etnografía en Los pueblos y Sus gentes, todos ellos epígrafes del capítulo Un paisaje habitado, perteneciendo a éste mismo El camino, analizando en él las infraestructuras viarias de Cabra del Santo Cristo en relación a la provincia, ejemplificando esta localidad el atraso en el que estaban sumidos tantos rincones de la España de comienzos del s. XX:

 

                                   “[...]para su acceso a ella desde la capital, solamente podía utilizarse el tramo de la carretera Bailén-Málaga hasta la Puerta de Arenas, en el que existía servicio regular de coche-diligencia, el resto preciso era realizarlo en carruajes de tracción animal –berlinas, diligencias, etc.- o preferentemente, en caballerías a través de caminos en pésimo estado y ello que el municipio contaba entre sus empleados con un peón caminero. Iguales eran los accesos desde otros puntos comarcanos, puesto que solamente se podía llegar a Cabra por dos caminos[...]” (págs. 153-154).

 

                        El capítulo segundo, Los días, engloba diversos aspectos en sus diferentes apartados, como sucede en Al paso de las horas, abordándose en él un tema perteneciente a la historia de las mentalidades como es el fluir del tiempo[8], la importancia del día y la noche a la hora de regir la vida y los ciclos en las agrosociedades, sobremanera en el grupo de los jornaleros. Y una importancia capital en el seno de la economía agrícola la tenía el agua, por lo que está plenamente justificado el dedicar uno de los epígrafes al líquido elemento, desarrollándose en él no sólo las técnicas de aprovechamiento de los recursos hídricos para los cultivos, sino también los usos domésticos del agua, por lo que el registro etnográfico enriquece al puramente histórico:

 

                                   “Provistas de su tabla, esterillo y canasta tejida con mimbre o vareta de olivo, de no muy prieto trenzado para que eliminase el agua con facilidad, se encaminaban las lavanderas –algunas hacían del menester oficio- en todo tiempo y sin importar sus rigores hacia los lavaderos” (pág. 214).

 

 

                        Las fotografías relativas al agua, ya se trate de fuentes monumentales, arroyos, manantiales, pilones, etc. (págs. 217-245) muestran elocuentemente las labores femeninas del lavado, así como la recogida en cántaros para uso doméstico. Especialmente interesantes son las fotografías (págs. 240-241) que ilustran acerca de la forma de tender la ropa y de su riego para ralentizar su secado y favorecer el blanqueo.

 

                        La industria artesanal cabrileña se reducía a la fabricación de objetos de esparto, por lo que los documentos visuales referidos a esta actividad –sobre todo el trenzado- demuestran el carácter esencialmente femenino de este trabajo, ejercido individual o grupalmente. El texto describe puntillosamente los diferentes pasos de esta industria, ejerciendo la cámara de Cerdá y Rico de notario gráfico, aunque la vocación retratística del operador nunca se pierde del todo, como queda patente en la fotografía de la página 257, conjugándose admirablemente lo etnográfico y lo estético.

 

                        De la alacena a la mesa analiza la vertiente gastronómica cabrileña y los rituales en torno a la mesa[9], así como el rito de la matanza, completando esto los utensilios de las cocinas, dando así una idea de los modos de vida de una microsociedad a caballo entre el s. XIX y el s. XX:

 

                                   “También en alguna fotografía se advierte cómo la cocina de los cortijos es habitación única, sobre la pared la barja o capacha que servirá para que el campesino lleve sus alimentos al tajo, así como el colchón enrollado, sobre él la manta, pues esta estancia será el íntimo y cálido dormitorio del casero” (pág. 274).

 

                        Esta apreciación sobre el micromundo de las cocinas se plasma en varios documentos fotográficos (págs. 282-294), y abre nuevas vías de investigación teniendo como referente esos espacios de la vida privada[10].

 

                        La religiosidad popular[11], firmemente enraizada en Cabra del Santo Cristo, como en la práctica totalidad de la región andaluza en la España restauracionista, es contemplada en el epígrafe La voz de la campana, permeando la cultura católica, así como sus usos y costumbres, la mentalidad finisecular y de comienzos del siglo veinte, siendo las fotografías (págs. 305-324) el exponente más puro del documentalismo gráfico, al testimoniar la cámara de Cerdá cómo eran por ejemplo las procesiones, integradas por bandas de música, tronos, participantes y espectadores, etc.

 

                        El capítulo segundo finiquita con, La feria, la fiesta, que analiza el ciclo festivo vivenciado en Cabra del Santo Cristo y en otras localidades jaeneras como Úbeda, registrando la cámara de Cerdá un elenco de espectáculos lúdicos tales como los tenderetes y venta ambulante en los días de feria, teatro al aire libre, corridas de toros, húngaros haciendo bailar un oso, titiriteros, etc. Los documentos visuales (págs. 331-351) están en las antípodas del pictorialismo, demostrando que Cerdá y Rico, además de ser un consumado esteta pictorialista, se manejaba con soltura en el feraz terreno documentalista, incluyéndose algunas de las instantáneas (págs. 348-349) en el incipiente fotoperiodismo[12], entonces en estado embrionario a nivel (inter)nacional y no digamos provincial, pues éste era inexistente, teniendo acceso Arturo Cerdá a los novedosos códigos narrativos visuales periodísticos a través de las revistas especializadas de fotografía, el cordón umbilical que le unía con las experimentaciones fotográficas realizadas en España y allende sus fronteras.

 

                        El capítulo tercero, Los trabajos, da comienzo con El pan necesario, en el cual se desgrana la dureza de los jornaleros en plena siega estival. La decisiva importancia de estas faenas agrícolas en la economía cabrileña, queda explicitada en la profusión de fotografías insertadas (págs. 361-386), deudoras no pocas de la mirada paisajística ahormada por los pintores decimonónicos. Acto seguido, El olivar, la huerta, se centra en las labores de arado y en la recogida de aceituna, tan característica ésta de los pagos jaeneses[13]. He de destacar que algunas de las fotografías (págs. 410-413) mantienen una influencia de la mirada cinematográfica, es decir, los encuadres de la fotografía del cine fueron interiorizados por Arturo Cerdá, pudiendo pasar determinadas instantáneas por fotogramas[14]. El epígrafe El monte vuelve a entreverar lo histórico y lo etnográfico, al tratar variados aspectos del sector primario cabrileño, esta vez centrados en los aprovechamientos forestales, la silvicultura, pero siempre manteniendo el pulso literario, dando pie a la entrada de lo que podría denominarse folclore pastoril. De entre las fotografías que conforman este apartado, sobresale la de la página 426, pues el esquileo de ovejas (fechable en 1902) fue captado por Cerdá con un encuadre, una iluminación y un adentrarse en la escena, que además de tener analogías cinematográficas a las que antes he hecho referencia, es que dicha fotografía admitiría inclusive una lectura semiótica por la disposición en dos planos –superior e inferior- de personas y animales.

 

                        En Los oficios, el comercio, epígrafe que cierra el capítulo tercero y con el que concluye el libro, se despliegan las escasas posibilidades que la industria permitía en la localidad, corolario de la situación española en el espacio bisagra de los siglos XIX y XX:

 

                                   “...el capitalismo comenzará a generalizarse a fines del siglo XIX y principios del XX en algunas áreas de la geografía española. Esto comporta una serie de cambios: el sentido del beneficio tenderá a prevalecer sobre cualquiera de los valores tradicionales por los que anteriormente se regía la comunidad. Por otra parte, el desarrollo de la industria tendrá graves repercusiones en la vida cotidiana del mundo rural, donde la población mantenía desde hacía siglos unas estructuras de vida patriarcal”[15].

 

                        Esas tensiones se irán dejando ver en Cabra del Santo Cristo con lentitud, pues en ella sobrevivirán oficios tradicionales largo tiempo, con el horizonte de una economía de autoconsumo por mor del déficit de comunicaciones con otros centros urbanos de mayor entidad:

 

                                   “Aladreros, guarnicioneros, herreros con labores de forja en la fragua y yunque, caldereros, hojalateros, talabarteros, carpinteros y otra pequeña nómina de artesanos, más de portal que de taller y participantes, por lo común, de la vida rural y labores agrícolas, como también puedan serlo hombres de otros oficios como los albañiles, forman una parte minoritaria aunque imprescindible de las comunidades, las que, sobre todo por razones impuestas por las comunicaciones, tienden a ser autosuficientes” (pág. 439).

 

                        Las fotografías (443-477) que conforman el corpus documental visual de este epígrafe son quizá las más técnicas, pues hay ejemplos de retratos grupales (págs. 456-459), panorámicas urbanas (pág. 455) que sugieren un horizonte infinito, instantánas muy hermanadas con la pintura paisajista romántica (pág. 449), así como un buen elenco de oficios tradicionales con otros que ejercen como exponentes de la modernidad (pág. 446), destacando en este último caso la maquinaria implantada en Linares. Todos los documentos gráficos de este epígrafe pueden acogerse al tipo de fotografía directa[16], siendo ésta la antítesis estética y conceptual del pictorialismo, lo que demuestra los portentosos conocimientos y experimentaciones de Arturo Cerdá y Rico, que le permitían no perder el tren de las modas fotográficas nacionales e internacionales.

 

                        La bibliografía básica citada por los autores denota la amplitud de miras del trabajo, pues es lo suficientemente abarcadora como para analizar, con adecuada hondura, la panoplia de temas escogidos y conformados gracias a los diferentes corpora documentales visuales de cada uno de los epígrafes de los tres capítulos.

 

                        En definitiva, Del tiempo detenido supone una importante aportación a la historiografía, pues junto al placer de su lectura/contemplación, hay que destacar el mérito de haber colocado la figura y obra de Arturo Cerdá y Rico en los sitiales de honor de la historia de la fotografía. Esperemos que este libro tenga continuidad, ya que es de justicia que otras placas de Cerdá vean la luz editorial.



[1] De los mismos autores vid. “Imagen de la mujer giennense en la obra fotográfica del Dr. Cerdá y Rico”, en El Toro de Caña, núm. 6. Jaén, Diputación Provincial de Jaén, pp. 151-216, conformando el primer corpus documental fotográfico relativo a los estudios de género realizados en la provincia. En este trabajo se incluye un breve texto, siendo la espina dorsal del artículo el material visual conjuntado, posibilitando ulteriores investigaciones históricas y/o antropológicas.

[2] Por fotohistoria se entiende la reconstrucción histórica de la fotografía como técnica y arte, estableciendo las líneas maestras seguidas por los principales operadores profesionales y aficionados tanto en el s. XIX como en los comienzos del s. XX, así como el análisis del impacto que tuvo la invención, popularización y democratización del hecho fotográfico en la sociedad decimonónica, sobremanera en los estratos burgueses. En Jaén, hodierno, la única obra en este sentido es la de Isidoro Lara Martín-Portugués y Emilio Luis Lara López La memoria en sepia. Historia de la fotografía jiennense desde los orígenes hasta 1920. Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 2001.

[3] Un excelente trabajo en este campo es el de Peter Burke Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona, Crítica, 2001.

[4] El pictorialismo fue una corriente fotográfica nacida en el último tercio del diecinueve cuya vigencia se prolongó hasta los primeros años del veinte. Su principal vindicación fue equiparar la fotografía con las Bellas Artes, por lo que las composiciones pictorialistas eran en cierta medida deudoras de la pintura impresionista y postimpresionista, rebelándose los operadores pictorialistas contra la mercantilización masiva de la fotografía, por lo que manipulaban los negativos buscando así implementar la artisticidad de las fotos, intentando que éstas se alejasen de una fría reproducción fidedigna del original. Para rastrear la relación entre la pintura y la fotografía vid. Aaron Scharf Arte y fotografía. Madrid, Alianza, 1994.

[5] Para profundizar en este concepto de giro antropológico en los métodos históricos vid. José Andrés-Gallego Historia general de la gente poco importante. América y Europa hacia 1789. Madrid, Gredos, 1991.

[6] Asimismo, una interesante propuesta de historiar a partir de las Humanidades, puede verse en José Andrés-Gallego Recreación del Humanismo. Desde la Historia. Madrid, Actas, 1994.

[7] En este plano, para una visión panorámica vid. Juan Antonio López Cordero Historia ecológica de la comarca de Jaén. Jaén, Ayuntamiento de Jaén, 1998.

[8] La decisiva importancia del sentido del tiempo en las sociedades preindustriales, centrándonos en tierras jaenesas, puede verse en Ángel Aponte Marín y Juan Antonio López Cordero El miedo en Jaén. Jaén, Diputación Provincial de Jaén, en concreto el epígrafe Campanas, relojes y calendarios, pp. 24-35.

[9] La historia de la alimentación es una más de las caras del poliedro de la Nueva historia, por lo que para hacerse una idea general vid. Jean-Jacques Hémardinquer (dr.) Pour une histoire de l’alimentation: recueil de travaux, París, 1970. Focalizando nuestra atención en la provincia jaenera, y en la ribera de los estudios etnográficos, es indispensable la obra de Manuel Urbano Pérez Ortega Viaje por la Mesa del Alto Guadalquivir. Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1993.

[10] En efecto, si verbigracia los estudios fotográficos decimonónicos eran un trasunto de los salones y estancias burguesas, vid. Bernardo Riego “La imagen como un mapa de significados: El caso del estudio, un espacio para la representación social”, en La Imatge i la Recerca Històrica, III Jornadas Antoni Varés, Gerona, 1994, pp. 217-233, las cocinas de las clases populares, en contraposición a las de las clases acomodadas, serán una representación social específica. Un somero análisis de la evolución material y conceptual de los espacios interiores a la luz de la Historia del arte puede verse en Ana María Ruiz Zapata Itinerarios. Los interiores domésticos. Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, 2000.

[11] Hasta la fecha, el principal puntal que sirve de referencia para el estudio provincial de la religiosidad popular, tanto en la variante pasionista como de gloria, es la obra de Manuel Urbano Pérez Ortega Campanas y cohetes. Calendario jaenés de fiestas populares. Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1996.

[12] Para este particular vid. Beaumont Newhall Historia de la fotografía. Barcelona, Gustavo Gili, 2001, pp. 249-268.

[13] Acerca del folclore olivarero vid. Manuel Urbano Pérez Ortega Coplas aceituneras. Jaén, Diputación Provincial de Jaén, 1997. Para un enfoque multidisciplinar acerca de la honda significación en todos los órdenes del olivo en el sur peninsular vid. José Luis Anta Félez y José Palacios Ramírez (eds.) La cultura del aceite en Andalucía. Sevilla, Fundación Machado, 2002, de hecho, algunas fotografías de Cerdá y Rico aparecen reproducidas en esta obra.

[14] Sobre este particular, a nivel general, vid. Javier Herrera “El cinematógrafo y la mirada primitiva”, en Memorias de la mirada. Las imágenes como fenómeno cultural en la España contemporánea. Santander, Fundación Marcelino Botín, 2001, pp. 75-89. Arturo Cerdá y Rico, aparte de sus contactos con la estética cinematográfica por medio de las revistas especializadas de fotografía, viajaba por España y el extranjero de vez en cuando, por lo que debía conocer bien el fenómeno del cine; por lo que atañe a los balbuceos del cine en Jaén vid. Ignacio Ortega Campos “Los albores del cinematógrafo en Jaén (1898-1910)”, en Jaén entre dos siglos. Jaén, Museo Provincial de Jaén, 2000, pp. 171-174.

[15] José María Jover Zamora y Guadalupe Gómez-Ferrer “Sociedad, civilización y cultura”, en José María Jover Zamora, Guadalupe Gómez-Ferrer y Juan Pablo Fusi Aizpúrua España: sociedad, política y civilización (siglos XIX y XX). Barcelona, Areté, 2000, p. 378.

[16] Vid. Beaumont Newhall Historia de la fotografía... pp. 167-198.